La Estación Espacial Internacional (ISS) ha recibido varias alertas por choques con basura espacial (NASA)
La tripulación de la Estación Espacial Internacional (ISS) recibió una orden urgente: debía refugiarse en las cápsulas de escape Soyuz. Era el 24 de marzo de 2012. Un fragmento del satélite ruso Kosmos 2251, destruido tres años antes en una colisión con el Iridium 33, se dirigía hacia la nave. Al final el trozo de basura espacial cruzó a 23 kilómetros. El susto pasó como una operación de entrenamiento.
Ese incidente en la ISS –que nos recuerda una reciente película de Hollywood—podría repetirse trágicamente en un futuro no lejano. La contaminación ambiental causada por la humanidad no solo se extiende por la superficie terrestre. En el cielo, en una franja llamada por los científicos órbita terrestre baja (LEO), giran cientos de miles de objetos inútiles. Es nuestro basurero espacial.
La estación espacial Mir concluyó su vida útil y cayó al Pacífico en 2001 (NASA)
La estación espacial Mir concluyó su vida útil y cayó al Pacífico en 2001 (NASA)
Polución sobre las nubes
Desde el vuelo del primer Sputnik soviético en 1957 la humanidad ha lanzado más de 2.500 satélites, astronaves y otros artefactos con fines militares, científicos y de comunicaciones. Algunos miden unos pocos metros, otros, como la antigua estación espacial Mir, abarcan centenares de metros cuadrados y pesan decenas de toneladas.
La obsolescencia de estos equipos, los accidentes y el descuido de los cosmonautas han generado un volumen creciente de basura espacial. Las estimaciones actuales sitúan el número de objetos en más de 500.000, la mayoría tan pequeños como las canicas, pero al menos 22.000 superan los 10 centímetros. Esos fragmentos pueden alcanzar velocidades superiores a 30.000 kilómetros por hora. El choque de una miniatura de 2,5 milímetros con el telescopio Hubble obligó a enviar una misión para repararlo en 2002.
La contaminación espacial inquieta a científicos y agencias gubernamentales. Aunque las colisiones “catastróficas” similares a la ocurrida en 2009 entre el Kosmos 2251 y el Iridium 33 constituyen una excepción, estudios recientes aseguran que la frecuencia de tales incidentes aumentará en los próximos años. El fantasma del “síndrome de Kessler” planea sobre el futuro de la órbita terrestre.
¿Apocalipsis en el espacio?
Las escenas del filme Gravity, estrenado en octubre en Estados Unidos, ilustran de manera exagerada los efectos de una colisión en cadena de basura espacial. El evento que desencadena ese caos, la destrucción de un satélite inservible mediante un misil ruso, solo altera la nacionalidad de un hecho similar ocurrido en 2007. Ese año China destruyó uno de sus viejos aparatos orbitales, lo cual liberó más 150.000 fragmentos.
El “síndrome de Kessler” describe científicamente las consecuencias de este efecto dominó. Presentada por el norteamericano Donald Kessler en 1978, la teoría ha resucitado en los últimos tiempos ante el auge de la contaminación en torno al planeta. En declaraciones a The Guardian, el retirado astrofísico explicó que ese fenómeno se extenderá durante los próximos 100 años, pero la frecuencia de las colisiones aumentará de una en cada década a una por lustro.
Aunque no presenciemos en directo esos choques sobre nuestras cabezas, sus resultados se harán sentir sobre nuestra vida cotidiana. En la congestionada órbita terrestre baja giran los satélites meteorológicos y los que monitorean incendios forestales, derrames de petróleo y el derretimiento de los hielos polares. Más allá, en la órbita geosíncrona, evolucionan los satélites de comunicaciones, por el momento a salvo.
En 2008 las Naciones Unidas adoptaron una resolución para implementar medidas que reduzcan la basura espacial, entre ellas la recuperación de satélites en desuso o su relocalización en otras órbitas, lejos de la LEO. Pero en la práctica no existe aún la tecnología necesaria para eliminar esos desechos a corto plazo. Por otra parte, la Administración Nacional de la Aeronáutica y del Espacio (NASA) tampoco cuenta con personal ni presupuesto suficiente para enfrentar este desafío.
Bombardeo espacial
Si la entrada en la atmósfera de objetos creados por el hombre no debería quitarnos el sueño –la probabilidad de ser golpeado es estadísticamente irrelevante—, el impacto de meteoros sí podría torcer la historia de la civilización humana. Una roca de un kilómetro de ancho nos condenaría a desaparecer, como los dinosaurios.
Dos investigaciones publicadas a inicios de noviembre por la revista Nature y una tercera en Science alertaron sobre el choque catastrófico de un asteroide contra la Tierra cada una o dos décadas. Los científicos han exhortado a la comunidad internacional a financiar programas de detección de meteoritos en las cercanías del planeta. La ONU debe de pronunciarse al respecto en diciembre próximo.
Uno de estos proyectos es la Fundación B612, que aspira a enviar al espacio un telescopio dedicado a monitorear las rocas de hasta 137 metros de ancho. El impacto de una estas piedras en la superficie equivale a una explosión de 150 millones de toneladas de TNT, lo suficiente para exterminar a 50 millones de personas, advirtió el astronauta Edward T. Lu a The New York Times. El Sentinel exige una inversión de 450 millones de dólares, pendiente de donativos privados.
El interés en la detección y posible desvío de meteoritos se multiplicó tras la caída de un asteroide cerca de la ciudad rusa de Chelyabinsk en febrero pasado. La onda de choque provocada por el impacto en la atmósfera hizo estallar miles de ventanas de cristal y destruyó el techo de una fábrica. Según el ministerio del Interior ruso, alrededor de 1.200 personas sufrieron heridas, casi todas por los cristales. También se reportaron quemaduras en la piel y la retina por la intensidad de la radiación luminosa.
Un equipo de la Universidad de Ontario Oeste, en Canadá, aseguró que el meteorito liberó una energía equivalente a 30 veces el poder de la bomba atómica lanzada en Hiroshima. Por fortuna el bólido explotó a unos 25 kilómetros de altura y la atmósfera absorbió la mayor parte de la energía. El azar salvó a los habitantes de Chelyabinsk.
SSN.


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