Zimbabwe: El culto a las piedras
Publicado: 23 Abril 2013 | 12:03 a.m
 

Originales tallas en piedra representando animales de la fauna africana, rostros humanos, máscaras rituales u objetos artísticos están a la venta en cualquier esquina o carretera de Zimbabwe como una característica de ese país del sur de Africa, cuyo propio nombre está asociado a las rocas.
Elefantes, monos, leones, gacelas, ñúes y aves, entre otros, aparecen representados en arte rocoso gracias al trabajo de multitud de escultores aficionados, que exhiben los más variados niveles de destreza e inspiración plástica.
Las hay de todos los tamaños: desde pequeñas tallas para adornar una repisa hasta verdaderas imitaciones de los animales reales, casi a tamaño natural, más propias para exhibir en un parque o jardín, en una muestra de la variedad que ha alcanzado esta artesanía en Zimbabwe.
Este fenómeno es en cierta forma un homenaje a los orígenes de su propia cultura, puesto que el principal símbolo del país, las ruinas del Gran Zimbabwe, a pocos kilómetros de la sureña ciudad de Masvingo, significa en uno de los dialectos de la lengua shona -la más hablada localmente- la Gran Casa de Piedra.
El Gran Zimbabwe es la única reliquia arquitectónica de estas dimensiones en la parte subsahariana del continente africano.
Las piedras son una presencia imposible de evitar en este país, donde el espectáculo de rocas en equilibrio, unas sobre otras, como desafiando la gravedad, añaden un atractivo adicional a cualquier recorrido por el campo zimbabwense.
Estas curiosas piedras, que pueden encontrarse en otras partes del mundo, alcanzan la mayoría de las veces varias toneladas de peso.
Las rocas en equilibrio, más evidentes en los suburbios de Harare, la capital, y en el Parque Nacional de Matobo, al sur de Bulawayo, la principal ciudad de la etnia Ndebele, son un resultado de la milenaria erosión que dejó a las enormes piedras de granito sin el sostén de otras más blandas, desaparecidas con el tiempo, pero milagrosamente equilibradas.
Según se calcula, las alturas de Matobo, que cubren un área de más de tres mil kilómetros cuadrados, se formaron hace unos dos mil millones de años, y con el transcurrir de los milenios crearon estas maravillas geológicas que le valieron a la zona la designación de Patrimonio de la Humanidad en 2003.
Otro lugar de gran belleza son las rocas en equilibrio de Chiremba, en el distrito suburbano de Epworth, cerca de la capital de Zimbabwe, donde las gigantescas piedras, como por arte de magia, parecen balancearse como a punto de caer.
La imagen de una de estas obras de arte naturales fue usada incluso en el papel moneda, como uno de los símbolos de la nación.
El recuerdo de que este paisaje se mantiene así desde hace miles de años es una evidencia de la ausencia de actividad sísmica en esta región.
Desde aquí hacia el norte, mientras se atraviesan las tierras y colinas de la región de Mashonalandia, se pueden distinguir, a cada vuelta del camino, otras caprichosas formaciones rocosas, como si se trataran de los cubos de un juego infantil.
A la fama de estas rocas graníticas se unen las esculturas que se ven por doquier en este país africano, la mayor parte de las cuales, como ofertas para los turistas, están confeccionadas en la llamada piedra de talco (esteatita), pero a la que en Zimbabwe se le da el nombre de piedra jabón (soapstone en inglés).
Por su consistencia relativamente blanda, esta piedra es muy fácil de tallar y admite un buen pulido, por lo que es el material preferido para quienes localmente se inician en este arte. La esteatita fue empleada, entre otras obras, en las capas exteriores del Cristo Redentor de Río de Janeiro y en algunos templos de la India.
A su abundancia en Zimbabwe se debe, entre otras cosas, el surgimiento y expansión del arte de la escultura en este país africano, con Joram Mariga (1927-2000) como su progenitor.
Este artista, que comenzó a esculpir desde muy joven y se mantuvo activo durante casi medio siglo hasta su deceso en el año 2000 en un trágico accidente de tránsito, alcanzó renombre nacional e internacionalmente con sus obras, donde lo autóctono se combina en armónicas líneas con lo moderno.
Es uno de los fundadores del movimiento de la escultura Shona, aunque en él se integraban también personas de otras etnias, trabajando ya en forma más seria en materiales duros como rocas serpentinas y piedras calizas, aunque sin desdeñar los trabajos en la piedra de talco.
Las esculturas zimbabwenses han alcanzado tal fama que desde la segunda mitad del pasado siglo comenzaron a ser exhibidas en el extranjero, en lugares tan afamados como el Museo Rodin, en París, donde fueron elogiosamente recibidas por la crítica especializada.
Así, ha querido el tiempo, a través de la geología y el arte, que las piedras, tan vinculadas a la historia de este país con la construcción del Gran Zimbabwe en el siglo XI, sigan siendo hoy un gran foco de atención para los amantes del paisajismo y la cultura.

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