El campeón aprovechó las imprecisiones de un Barcelona que, al igual que en el primer partido, no mostró su juego acostumbrado y falló al momento de dar la última puntada a las jugadas colectivas.
El Athletic se llevó la Supercopa de España de un Camp Nou que comenzó entregado al Barça, siguió señalando al árbitro y acabó rendido a la evidencia de la imposibilidad de la remontada. Messi, rozando el descanso, dio vida al sueño pero la expulsión de Piqué a los 57 minutos fue un puñetazo a las esperanzas azulgranas, que se acabaron cuando Mathieu, a los 74, regaló el gol de Aduriz.
El Barcelona que perseguía el 'sextete' se quedó sin un repóquer que comenzó a escaparse el viernes en Bilbao y que ni las llamadas a la épica ni el convencimiento expresado por Luis Enrique cambiaron. El Athletic, tres décadas después, se sintió campeón. Y fue, es, un campeón con absoluta justicia.
El 4-0 de San Mamés provocó una llamada desesperada al milagro sin reparar en que no solo era una empresa enorme, sino, más aún, descomunal a la vista del estado físico de los unos y de los otros. Más en forma, el Athletic comenzó agarrado a la fortuna, continuó con un trabajo sordo y efectivo para frenar al rival y acabó bailando sobre el césped a un Barça entregado.
Aunque antes de tal desenlace pasaron no pocas cosas sobre el césped del coliseo barcelonista, en cuyas gradas se echó en falta más pasión y menos ambiente festivo, provocado seguramente por tratarse de un partido fuera de abono, de pago y que motivó que ni se llenase el estadio, en el que se dieron cita no pocos hinchas del equipo vasco.
Apareció como un caballo desbocado el Barcelona en el césped y en apenas seis minutos ya había rozado el gol en dos ocasiones: primero en una entrada de Pedro cuyo remate se marchó arriba e inmediatamente después con otro remate de Piqué que repelió el travesaño. Apretaba el Barça y a través del orden defensivo se mantenía el Athletic.
Y se presuponía un partido enorme, una verdadera batalla de nervios y fútbol en la que al equipo de Luis Enrique le apretaba como nunca el reloj, a la vez que al de Valverde le ahogaba la presión de saberse más cerca que nunca de conquistar su primer título después de 30 años. Con el Barça en juego y Leo al frente nunca se puede dar nada por supuesto y es a partir de eso que ni la mejor condición física del Athletic, ni la precipitación azulgrana ni el paso de los minutos con el 0-0 consiguieron apagar en toda la primera mitad la duda.
Más aún cuando Pedro e Iniesta, apenas cunplida la media hora, volvieron a rozar el 1-0 y cuando a los 38 el Athletic, Éraso, perdonó la vida al equipo azulgrana, no regalándole un gol claro a Aduriz tras un error garrafal de la zaga local. Sin embargo, del 0-1 que cerraba la final se pasó poco después al 1-0 por medio de Messi, impecable al remate en una asistencia dorada de Suárez.
Si el 1-0 se aventuraba escaso para las necesidades del Barcelona, que ese gol hubiera llegado en el minuto 43 ofrecía una visión más optimista para el equipo catalán, una inyección de moral en el césped y de adrenalina en las gradas, más llenas de turistas que en cualquier partido del curso.
Pero el sueño fue desvaneciéndose en un segundo tiempo donde la falta de recursos físicos fueron adueñándose de un Barcelona más soñador que efectivo... Y que comenzó a entregarse en cuanto Piqué respondió de mala manera a un error arbitral, encarándose con el asistente y provocando una expulsión, en el minuto 57, que dio a entender que el milagro quedaba en manos de la utopía.
A partir de ahí, con Messi más entregado a la causa que afortunado, el Barça fue apagándose de manera irremisible en la misma medida que en el equipo vasco crecía la seguridad en lograr el objetivo. Había mantenido el 1-0 con calma, sin perder la compostura, con fuerza y un punto de dureza incluso... Y una excepcional disposición táctica en el terreno de juego.
El final de la final llegó a los 74 minutos por medio de Mathieu, entre discreto y mal llegando a horroroso en un mal despeje que regaló el balón a Aduriz. Le salvó en primera instancia Bravo pero no en segunda, ante la atónita mirada de una zaga desfondada y que apenas pudo observar el 1-1 definitivo.
Para entonces Luis Enrique ya había poblado el campo de delanteros con Sandro y Munir sin ningún efecto en el juego, sin nada que pudiera dar a pensar que el Barça iba a lograr esa remontada. Porque se entendía ya imposible.
Y el Athletic, al cabo de tres décadas y ante el mismo equipo al que derrotó en la final de Copa de 1984, el mismo que le arrodilló tanto en 2009 como en 2012 y 2015, volvió a gozar del sabor del éxito. Probablemente un título menor para los grandes, aunque en este caso, para el Barcelona, le significó el final del sueño de un sextete que ya n será.
Fuente/SSNMundo/espndeportes.espn.go.com
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