“Cristo es Amor y nuestra paz”. Queremos retomar este mensaje e invitarlos a vivir la Semana Santa desde esta perspectiva de la paz para avivar en nosotros el deseo de la paz, mantener la oración perseverante por la paz y motivar el compromiso permanente de ser constructores de paz.
Ramos de paz
El domingo de Ramos, recordamos la entrada de Jesús en Jerusalén. Salimos a nuestras calles de la ciudad, del barrio o de la aldea, con las palmas en las manos, los cantos en los labios y la paz en el corazón para proclamar públicamente a Jesucristo como Rey de paz. Jesús no entra en Jerusalén como dominador y al son de guerra sino manso y humilde, al son de la paz. Por eso la gente alaba a Dios gritando: “¡Bendito el que vienen como rey, en nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en lo alto!”. Quiero que la paz de Dios corra abundante por el Mundo, por Venezuela, África, Cuba, Haití, Israel, Argentina, Colombia, EE.UU., Rusia, Brasil, Ecuador, Bolivia y por todas nuestras calles y nuestros campos; pido que quienes ejercen el poder lo pongan al servicio de la paz, de la concordia, del bien de las personas; deseo que salgan de nuestros labios palabras de alabanza, de bendición y mansedumbre y no palabras ofensivas que incitan a la violencia y dañan las relaciones sociales. Levantemos, en el Mundo ramos de paz y no armas de muerte.
La fraternidad, camino de paz
Al anochecer del Jueves Santo nos reunidos como hermanos para celebrar la Última Cena del Señor con sus discípulos, obedientes a su mandato: “hagan esto, acordándose de mí”. Hacemos lo que él hizo: amar hasta dar la vida, servir hasta lavar los pies. La Última Cena es el momento culminante de su amor: habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo, dirá San Juan. Jesús nos dejó todo esto como testamento en el mandamiento nuevo: “ámense unos a otros como yo los he amado”.
Precisamente el papa Francisco dedicó su primer mensaje sobre la paz a “la fraternidad, fundamento y camino para la paz (1 de enero 2014). Celebrar el Jueves Santo es acoger agradecidos el amor del Señor que se hace entrega y servicio y renovar en nosotros el amor fraterno, quitando del corazón toda forma de rechazo, desprecio, odio hacia los demás, recreando sentimiento de perdón, acogida, de comunión y comprometiéndonos a un comportamiento justo y solidario con los demás, especialmente con los más pobres y excluidos. De esta manera la fraternidad del Jueves Santo será fundamento y camino para la paz del Mundo.
La paz que brota de la cruz
En el Viernes Santo escuchamos la invitación de la Iglesia: “miren el árbol de la cruz donde estuvo clavada la salvación del mundo”. Miremos la cruz del Señor de donde brota la paz con Dios y entre nosotros. Dios, que es amor, nos creó por amor y para vivir en armoniosa comunión con Él y con los demás. Pero el egoísmo, el odio y la injusticia rompen la comunión, levantan barreras de división, producen enemistades irreconciliables, generan violencia y muerte.
La cruz del Señor se levanta entre el cielo y la tierra para atraer a todos hacia Él. Dios Padre, que es rico en misericordia y nos tienen un inmenso amor, nos ha reconciliado consigo por la muerte de su Hijo en la cruz.
Jesucristo, ha derribado el muro de la enemistad y ha creado una nueva humanidad en sí mismo, restableciendo la paz, aunque esto le ha costado sangre y lagrimas pues su cuerpo crucificado y su sangre derramada en la cruz son el lugar de la nueva humanidad reconciliada y pacificada.
Contemplando la cruz del Señor experimentamos un sentimiento profundo de paz, paz que nace del perdón y de la reconciliación otorgada por Dios. Al mismo tiempo, debe crecer en nosotros el propósito sincero y eficaz de ser constructores de paz y promotores de reconciliación, de dominar todo brote de odio y de violencia, de respetar y defender la vida sagrada de toda persona. Países del Mundo, en este Viernes Santo y todos los días, miren la cruz del Señor Jesucristo de donde brota Amor y paz.
La paz esté con ustedes
La Semana Santa culmina con la celebración gozosa, transformadora y luminosa de la Pascua de resurrección, el “paso” de Jesús de este mundo al Padre, de la muerte a la Vida, de la humillación a la glorificación. No buscamos a Jesús entre los muertos. Le confesamos como el Viviente, ayer, hoy y siempre.
Y Jesús resucitado es fuente de paz, dador de paz. “Jesús se presentó en medio de sus discípulos y les dijo: La paz esté con ustedes. Y les mostró las manos y el costado. Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús les dijo de nuevo: La paz esté con ustedes”.
Esta paz, regalo del Resucitado, no es simplemente la ausencia de guerra o de conflictos ni resultado del equilibrio de las fuerzas. Esta paz apunta hacia la plenitud de vida, recoge como en un haz las bendiciones de Dios, asegura el bien de las personas, de todas las personas y de toda la persona, se realiza en unas relaciones fraternas interpersonales y se extiende a la solidaridad internacional.
Creer y confesar la resurrección del Señor nos compromete a orar por la paz: Señor, danos tu paz, a buscar juntos los caminos pacíficos que llevan a una paz cada vez más consolidada, a trabajar por el bien común, es decir, por aquellas condiciones de vida dignas para todos, ya que el desarrollo humano es un nombre de la paz, a poner los medios éticos y lícitos para superar la violencia.
Los invito a vivir un verdadero encuentro con Jesucristo en esta Semana Santa.


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